Fotografías i texto de Anna i Eugeni Bach
Alrededor del año 1250, la región finlandesa de Häme pasó a formar parte del reino de Suecia y, en consecuencia, fue incorporada a la fe cristiana. Para defender y controlar la zona, pocos años más tarde se erigió el castillo de Häme (Hämeenlinna), y a principios del siglo XIV, la iglesia de Hattula, como centro religioso de toda la zona.
Ambos edificios fueron construidos básicamente en ladrillo, material poco común en las edificaciones en Finlandia, que acostumbraban a realizarse con madera o granito, dos elementos muy abundantes tanto en este país como en Escandinavia.
La iglesia de Hattula, además, fue construida por artesanos provenientes del sureste de los países bálticos, con un estilo característico de esta zona y muy habitual en las iglesias medievales finlandesas.
Cercana a la orilla del lago de Hattula, y adyacente al camino que conducía a Hämeenlinna, la iglesia está rodeada por un muro de poca altura formado por grandes piedras irregulares de granito que delimitan el recinto utilizado como cementerio. Dos porches, uno situado en el sur y otro en el norte, permiten la entrada al recinto, y un tercer elemento, el campanario en el extremo oeste, completa el perímetro.
La iglesia, ubicada en el centro del recinto, está orientada con el altar a este, como es habitual en la liturgia cristiana. El volumen principal se presenta como un prisma rectangular bajo una gran cubierta de madera, al que se le añaden dos volúmenes adyacentes; uno a sur como porche de entrada, y otro a norte como sacristía.
El prisma principal se compone de tres naves, todas de la misma altura, divididas por seis pilares cuadrados. El espacio interior es pues un recinto único, homogéneo e indeterminado, sin ábsides ni capillas, de manera que su especificidad no viene dada por su geometría, sino por sus complementos.
En este sentido, centrado en el extremo este del interior, bajo una de las pocas ventanas de la iglesia, se dispone un modesto altar de madera que es el que establece la dirección en el interior.
Los bancos para los feligreses están dispuestos sin dar respuesta a la partición en tres naves de la iglesia. Su posición responde a la que sería lógica para un espacio de nave única y, en consecuencia, los pilares rompen el orden de los bancos estableciendo una agradable contradicción entre liturgia y espacio.
Y es que, probablemente, la belleza de esta iglesia radique, básicamente, en sus contradicciones.
La segunda de ellas es la que se establece entre la volumetría de las bóvedas interiores y los frescos que sobre éstas se despliegan. A la masividad de la construcción, apreciable a través del grosor de los muros, el tamaño de los pilares y el espesor de los arcos, se le superpone una frágil capa de pintura, con infinidad de delicados motivos que nos narran los pasajes bíblicos.
Aunque éstos están dispuestos siguiendo un orden temporal para hacerlos inteligibles, el resultado se presenta como una capa policromada continua y, salvo en algunos detalles, independiente de la geometría que los recursos técnicos constructivos permitieron.
Los frescos de Hattula son posteriores al momento de la construcción de la iglesia, aproximadamente de principios del siglo XVI, y fueron realizados por una estricta voluntad de alabar a Dios y enseñar a los feligreses. Su relación con el espacio interior no es más que la de la necesidad de un soporte físico, y eso genera una sensación de espacio “tatuado” continuo que aporta una grata complejidad a un espacio, por otra parte, muy sencillo.
La tercera contradicción, y probablemente la más evidente, es la que se establece entre la volumetría aparente desde el exterior, y la apreciable desde el interior.
La iglesia está construida básicamente con dos materiales y, consecuentemente, con dos sistemas constructivos.
El perímetro de los muros, así como el espacio interior, están realizados con ladrillo (sobre una base de rocas graníticas), de manera que como es lógico, y tal como pide su comportamiento a compresión, su construcción se realiza a través de muros de carga y bóvedas de crucería.
La cubierta, en cambio, está realizada exclusivamente en madera (tanto su estructura como las tablillas de su superficie) material con el que, de una manera ligera y relativamente sencilla, se podían alcanzar alturas considerables para su visibilidad desde la distancia, así como fuertes pendientes para desaguar rápidamente tanto el agua de las frecuentes lluvias como la pesada nieve en los largos inviernos finlandeses.
A esta explicación funcional, hay que sumarle una suposición propia que creemos razonable. El triángulo que forma la cubierta, y que se muestra en los testeros de la iglesia, es un triángulo equilátero perfecto. Esta exactitud geométrica es posible que se deba a una facilidad constructiva (que todos los ángulos sean iguales seguro que minimiza el catálogo de uniones) pero probablemente esta exactitud tenga una explicación más simbólica que racional.
La dualidad constructiva de estos dos materiales deriva, en definitiva, en una interesante contradicción entre interior y exterior. Si desde fuera esperamos encontrarnos con un espacio apuntado y de gran altura, la sorpresa aparece al entrar en la iglesia, que oculta la mitad de su volumen presentando un techo completamente distinto del que esperábamos.
La mitad del espacio interior es impenetrable, existe ahí arriba casi a oscuras, si no fuera por una pequeña e intrigante ventana que lo ilumina y un porticón que permite su mantenimiento desde el exterior. Es un espacio al que no se puede acceder, y que sólo podemos ver en nuestra imaginación; un espacio que hoy sería calificado como “perdido”, pero que entendido desde otra lógica, probablemente sea más potente que ningún otro.
Construcción
Principios del siglo XIV
Ubicación
Vanhankirkontie 41, 13800 Hattula, Finlàndia
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